Fábricas junto al río: una historia oculta bajo las ruinas
La existencia de las manufacturas textiles en Antequera está documentada desde el siglo XV, y con el tiempo se decantaron por el protagonismo casi absoluto de la lana, aunque con reductos dedicados a la seda y al lino.
En el siglo XVIII los gremios estaban en pleno apogeo en las ciudades (Antequera contaba con 20.266 habitantes según el Censo de Floridablanca de 1787, situándose por población entre Cádiz, Córdoba, Granada, Jerez, San Fernando, Sevilla, Écija o Málaga). Fruto del protagonismo de los gremios, y de la importancia económica de la actividad textil, se consigue en 1765 el título de “Real” para la Fábrica de Lanas, Paños y Bayetas.
Una “fábrica”, no obstante, no era más que el lugar donde los fabricantes o artesanos se reunían para tratar de sus asuntos. Las diferentes fases productivas no se concentraban en un sitio determinado, sino que estaban dispersas, tendencia que incomprensiblemente se acentuó posteriormente, a pesar de las dificultades que originaba.
Hasta finales del siglo XVII, los lavaderos, batanes y tintas se encontraban en la ribera del Río de la Villa, las perchas en la plaza Alta y los talleres artesanos en los barrios de San Juan y Santa María. Con el desplazamiento de la población a las zonas bajas de la ciudad, en 1740 se llega a pedir incluso que la gente vuelva a las primitivas viviendas, pues la dispersión de las fases productivas se había vuelto insostenible.
Un jornal de 5 reales
En 1755 había en Antequera 87 fabricantes textiles, que disponían de 147 telares. El número de hombres empleados, según el Catastro del Marqués de la Ensenada, era de 848 (no se contabilizaron mujeres y niños), que trabajaban 180 días al año y recibían un jornal de entre 3,17 y 5 reales. El total de personas empleadas en ese tiempo rondaba las 1.200, casi un 10 por ciento del artesanado textil de Andalucía y un 1,5 por ciento del registrado en España.
Setenta años después, en 1825, con el sector sumido en una aguda crisis, trabajaban en él 5.700 personas, nada menos que un tercio de los 17.238 habitantes de Antequera.
El problema que no expresan estas cifras es que muchos de estos trabajadores completaban su sustento en las faenas agrícolas, y que la industria textil estaba sujeta a las fases productivas de la agricultura, con lo que la suya propia sufría constantes altibajos y profundas crisis. En la década de 1830 las manufacturas laneras antequeranas representaba más del 60 por ciento del subsector textil andaluz, pero aun así su situación era extremadamente complicada, a causa de las deudas bancarias acumuladas y la fragmentación empresarial.
Recesión
Hacia 1870 se observan los primeros síntomas de una seria recesión industrial por el descenso de la demanda de los productos textiles antequeranos, el desfase tecnológico y la competencia interior (catalana, sobre todo) y exterior. La cuota de mercado que se perdió ya nunca fue recuperada.
Algunas décadas antes, los viejos usos gremiales se vieron superados por la irrupción de una burguesía emprendedora, que estableció por su cuenta verdaderas fábricas, sin contar con la establecida Real Fábrica de Lanas, cuyo declive era evidente.
En 1833 se fundó Moreno Hermanos, “una sociedad de labor, fábrica de hilados y tejidos de lana y comercio”. La fábrica era un edificio de grandes dimensiones, construido en la ribera del Río de la Villa. Años más tarde hicieron lo propio Vicente Robledo (acondicionando el Molino del Henchidero), Pérez y Perea, Cristóbal Avilés, Francisco Luque y Juan Ramos.
Un coetáneo, Cristóbal Fernández, escribe en 1841: “El genio emprendedor, activo e industrioso de los hermanos Moreno, ha abierto una nueva era de prosperidad para Antequera, explotando una inagotable mina de riqueza, y promoviendo su futura grandeza, dando principio a su fábrica de hilados… Puesta en funcionamiento la fábrica de los primeros, Vicente Robledo construyó la suya en El Henchidero, y la Ribera de los Molinos se va poblando poco a poco de magníficos y elegantes edificios destinados a la elaboración de la lana, y fábrica de paños y bayetas”.
La energía: el río
Para proveer de energía a estas instalaciones, el agua del Río de la Villa fue el único medio empleado durante todo el siglo XIX, aumentando en caso de necesidad el número de ruedas hidráulicas. Los industriales compraron viejos molinos y otros edificios situados junto a la orilla, que ya contaban con una infraestructura básica para sus propósitos. Y, lo más importante, también adquirían con la propiedad los derechos sobre el uso del agua.
A pesar de ello, el curso irregular del río causa graves carencias de funcionamiento en las fábricas, que no podían producir ni todas las horas del día ni todo el año: en 1860 la media de funcionamiento anual era de 194 días anuales. Así las cosas, nunca se llegó a mecanizar la totalidad del proceso productivo, manteniéndose en algunas fases el trabajo manual y disperso. Pese a todo, se vivió una buena época, llegando a funcionar una veintena de fábricas, que empleaban a unas 2.000 personas.
En resumen, el siglo XIX se divide en tres períodos para la industria textil antequerana: reconstrucción y crecimiento moderado (1833-1850), expansión (1850-1875) y crisis (1875-1900), cuando la energía hidráulica del Río de la Villa se hizo insuficiente y no se realizaron las inversiones necesarias para suplirla.
Sin embargo, el sector textil antequerano aún tendría un nuevo período de esplendor, cuando entre 1907 y 1914 una empresa exportadora alemana introdujo la producción en Marruecos, Argelia e incluso en Japón y América del Sur. Con el estallido de la I Guerra Mundial, lo que se perdió en el mercado exterior se ganó en el interior, situación que no perduraría más allá de la década de 1920.
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