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EL paisaje ambiental de Málaga descrito por el Observatorio Provincial de Sostenibilidad no resulta precisamente alentador, ni siquiera mínimamente complaciente. Se trata, por el contrario, de un diagnóstico lleno de matices sombríos, y no en el plano de la retórica sino de los datos objetivos que atraviesan la radiografía general de parámetros adversos: las emisiones de dióxido de carbono se han incrementado hasta los ocho millones de toneladas -un 35 por ciento más en los primeros años del siglo XXI aun tratándose de un ciclo definido en Europa por la concienciación ecológica para reducir este impacto- con un aumento del consumo eléctrico del 32 por ciento y de carburantes hasta alcanzar el millón de toneladas por habitantes, además de un consumo considerable de agua que convierten a Málaga en el núcleo más agresivo de Andalucía y un repunte de la generación de residuos hasta casi 2 kilogramos por habitante y día.
Todo ello conforma un escenario crítico, sobre todo si se añade la pérdida de otras 2.000 hectáreas de la superficie vegetal necesaria para captar y reducir las emisiones contaminantes. La 'huella ecológica' en Málaga se catapulta así hasta 4,76 hectáreas -extensión teórica de terreno para producir los recursos consumidos por habitante- y esto da una idea de la agresiva relación en Málaga con el entorno natural.
Desde luego los datos expuestos resultan desalentadores e inquietantes, pero, más allá de estos indicadores, la conclusión crítica se debe sobre todo a la percepción de que las alertas medioambientales no logran tener efecto suficiente en Málaga.
En definitiva, un panorama negativo pero en recuperación al menos permite el optimismo, pero si el panorama negativo aún apunta tendencias regresivas entonces no hay margen para la confianza. Se diría que los mensajes sobre contención del consumo, racionalidad energética o reciclaje parecen amortizados en el plano de la retórica sin una concienciación efectiva de las amenazas que conllevan para la sociedad.
Y no se trata de alarmismo sino de las pautas sociales avaladas por el Panel Intergubernamental del Cambio Climático y otros organismos internacionales nada sospechosos. En definitiva, este asunto se debe tomar realmente en serio De hecho, más allá de los efectos a escala global, en la inmediatez territorial se pueden adivinar dos impactos preocupantes muy concretos: una pérdida de calidad de vida por el deterioro medioambiental y una pérdida de eficiencia económica por la degradación del entorno devaluando la oferta del sector turístico. Hay que volver a llamar la atención, así pues, para invertir las tendencias actuales; y esto sólo podrá materializarse desde las actitudes personales generalizadas.
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